Superando barreras

Los problemas intangibles de las ciudades

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Imagina una gran avenida, tiene el nombre de Av. Morones Prieto y funciona como una de las arterias de Monterrey, una de las ciudades con mayor ingreso y poder adquisitivo de América Latina, y que cuenta con poco más de 4.5 millones de habitantes en su zona conurbada, por lo tanto, la avenida está compuesta por puentes, pasos a desnivel, retornos y un perfil de calle que puede llegar a contener hasta ocho carriles vehiculares de flujo ininterrumpido para dar abasto al ritmo de la ciudad.

Ahora, nos encontramos de un lado de la avenida, en la colonia Los Pinos, un asentamiento irregular flaqueado al norte con un barranco hacia el río y, donde las casas de alrededor de 100 m2 de construcción, han sido pintadas de colores vivos para no «ensuciar» la imagen urbana. Del otro lado de la vialidad, se encuentra Residencial San Carlos, un fraccionamiento privado y completamente bardeado, los hogares, de alrededor de 400 m2, cuentan con amplias cocheras para los automóviles que aseguran la entrada y salida de la colonia. Es evidente que ambas colonias presentan características distintas entre sí: las marcadas clases sociales, el nivel socioeconómico, la inversión pública y privada, los estatutos legales en que se encuentran las casas para el ordenamiento urbano. Además, la avenida fractura el espacio enfatizando así sus diferencias.

Una arteria de comunicación de la ciudad de Monterrey, México.
Av. Morones Prieto, Monterrey, México. Imagen Cecilia Guillot

Sin embargo, los elementos morfológicos del espacio no es lo único que destaca ni es lo más importante en esta situación, al observar con más detenimiento, uno puede constatar que el comportamiento de las personas tiende a ensimismarse en su propia realidad y ser ajeno a todo lo demás que se reconoce como «lo otro».

Cada parte se esfuerza por legitimar su colonia, pues lo reconoce como aquello conocido, seguro, que brinda cobijo, protección y, sobre todo, que es aquello de lo que uno forma parte. Al hacer esto, automáticamente surge una contraparte, donde se rechaza aquello de lo que no se es parte, se niega y se cataloga como otra cosa, cualquier cosa, menos lo que uno es.

Ciudades como Monterrey, pone en evidencia este fenómeno donde más que funcionar como una ciudad, es en efecto una amalgama de distintos periodos de tiempo, contextos, aspiraciones y realidades. Así, la ciudad no camina en una misma dirección para alcanzar fines en común por toda la población, sino que se dispersa en burbujas, donde cada una de ellas se encuentra mirando hacia su propia aspiración en su existir.

Vista de la Colonia Los Pinos en Monterrey, México.
Colonia Los Pinos, Monterrey, México. Imagen Cecilia Guillot

Sería incorrecto definir una burbuja sólo a partir de las características físicas que la pudieran delimitar espacialmente, eso sería un análisis bastante limitado que no permite comprender la verdadera profundidad del fenómeno, lamentablemente, caer en ese error es muy común porque en general estamos acostumbrados a observar las calles pero no a las personas y me parece que salir y analizar el perfil de una calle es sólo la mitad del trabajo, si no es que menos, al momento de hacer arquitectura. Por lo tanto, las burbujas no reflejan la infraestructura construida, sino que reflejan las relaciones sociales y a todo aquello que suele quedar fuera del plano de análisis del lugar y que tiene que ver con las dinámicas intangibles, la convivencia, los conjuntos culturales, las relaciones afectivas, las normalizaciones sociales, las aspiraciones, los deseos, el poder adquisitivo, las clases sociales, la imagen que uno proyecta, y un sinfín de elementos que juegan un papel importante en la complejidad entre las relaciones de los sujetos.

A veces se ofrecen soluciones a los problemas de la ciudad que dejan fuera todos estos elementos que son lo que en realidad le brindan la vida, porque una calle no es la ciudad, sino las interacciones que se puedan generar en ella. Por lo tanto, es nuestra responsabilidad como profesionales cuando tengamos dos barrios que se nieguen entre ellos a buscar la forma de contribuir a reducir las afectaciones que se producen en el espacio donde se desarrollan, tendiendo a hacer que el borde sea menos contundente y en lugar de separar su actividad contribuya a modificar la realidad de esta separación buscando una integración social y no su enfrentamiento.

El trabajo que queda por hacer no es dibujar perfiles de calles ni colorear los usos de suelo de los edificios, sino tejer las relaciones de la singularidad de las personas. Un primer paso para ello es observar y quizá, después de algún tiempo, logremos darnos cuenta de que nosotros también somos parte de una burbuja en una amalgama de burbujas.

Imagen principal: Vista panorámica de Monterrey, México. Imagen Jorge Gardner/Unsplash

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