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El límite entre el pasado y el presente
Integrando técnicas tradicionales con un lenguaje contemporáneo
Benjamín Iborra
Casa Ncaved, un ejemplo de arquitectura enterrada
25/03/21
- Arquitectura

Las mujeres de la etnia Kasséna, en el sur de Burkina Faso, finalizan el enlucido de tierra de sus casas de adobe con la aplicación de un barniz obtenido a partir de la decocción de vainas secas del fruto del néré (Parkia Biglobosa). Igual que lo hicieron sus abuelas, y las abuelas de ellas. Preguntadas al respecto, afirman que ese caldo es como una cola que permite fijar los diferentes pigmentos utilizados en el revoco y proporcionar cierta estanqueidad frente a las violentas lluvias de la estación húmeda.
Hace unos años pudimos analizar una muestra de tales vainas en el laboratorio de materiales de la Universidad Politécnica de Cataluña UPC. El resultado concluyó que el extracto obtenido tras su ebullición está formado principalmente por taninos, que se ha demostrado, pueden utilizarse en la formulación de sustancias adhesivas. Pues eso, la cola de las abuelas.
En las fachadas más expuestas a la lluvia, las mismas mujeres, en cambio, substituyen el basalto molido con el que conseguían originalmente el color negro, por una moderna imprimación de alquitrán que proporciona una protección muy superior al revestimiento.
Cuatrocientos kilómetros al oeste de allí, en Bobo-Dioulasso, el guía de la mezquita de Dioulassoba, nos explica que para la construcción de sus gruesos muros se utilizó, a finales del siglo XIX, una mezcla de barro y paja a la que se añadió manteca de karité (Vitellaria paradoxa) para reducir su permeabilidad al agua. Y a trescientos kilómetros al noreste, en un polígono industrial de Ouagadougou, Mahamoudou Zi produce ladrillos de tierra comprimida (BTC) desde hace más de 25 años. Una especie de adobe tecnificado pues utiliza maquinaria en el proceso y añade aditivos para mejorar sus características originales. Alrededor de un 5% de cemento es ahora «la manteca» que estabiliza la mezcla y dota de cierta impermeabilización a esas piezas de tierra no cocida.

Empíricamente constatamos que aplicar unas pinceladas de alquitrán al revestimiento y un pequeño porcentaje de cemento a los ladrillos permite reducir la necesidad de mantenimiento de manera más efectiva que con néré o karité. Estas actualizaciones con productos de origen industrial de elementos de la construcción tradicional ayudan, además, a vencer ciertas reticencias que la población actual muestra ante la construcción en tierra, no únicamente por cuestiones de durabilidad, sino por la connotación negativa de arcaica y, por lo tanto, de pobre y perecedera que a ésta se da.
Este proceso de puesta al día, más o menos integrado naturalmente, contrasta con el que se produjo con la llegada e implementación de materiales de construcción masiva como el bloque hueco de mortero de cemento para los muros, y la chapa galvanizada para las cubiertas. En las últimas décadas, esta variante constructiva se ha generalizado, especialmente en los crecimientos urbanos, por la idea de moderna y definitiva que tiene asociada. Su uso, de manera poco adaptada a las hostiles condiciones climáticas locales –altas temperaturas y fuertes lluvias estacionales– ha supuesto una disminución dramática de los niveles de confort térmico y acústico en el interior de las edificaciones.
La arquitectura, pues, debe encontrar nuevos lenguajes acordes con el medio físico, económico-social y cultural en el que ahora se ubica. La tradición constructiva de Burkina Faso ofrece una gran variedad de arquitecturas, con gran riqueza de formas y usos del espacio construido, debido a la existencia de múltiples grupos étnicos y la idiosincrasia de cada uno de ellos, así como a su localización geográfica y las características de los recursos naturales vinculados a ella. Por otro lado, la construcción cotidiana que aparece de manera espontánea por las calles de sus ciudades, nos proporciona un elenco de soluciones constructivas, generalmente tan inspiradoras como poco tecnificadas.

En una escuela rural, unas mujeres instalan sus tenderetes de venta de desayunos a la sombra de un gran árbol. En el poblado vecino, junto a la puerta de una de las casas, un anciano ve las horas pasar al abrigo de un porche de troncos de madera y una espesa cubierta de cañizo. A algunos kilómetros, en la árida ciudad, el joven comerciante resguardará de sol y lluvia su minúsculo quiosco metálico bajo un palio conformado por cuatro puntales y una chapa ondulada; génesis de la doble cubierta ventilada.

La escasez de recursos materiales, técnicos y financieros son caldo de cultivo para estimular el ingenio y la creatividad. Favorecen una experimentación destinada a despojar el proyecto de mecanismos superfluos, rutinas ilógicas y procedimientos inadaptados. Las limitaciones promueven, en fin, nuevas posibilidades conceptuales y compositivas en base a unos elementos tectónicos que definen el resultado final.
La innovación tiene ahora su origen en la historia, en el uso de materiales simples y antiguos utilizados de maneras novedosas, en las que la costumbre se asocia a lo moderno. Un mestizaje arquitectónico y de culturas diferentes, fusión de materias y arquetipos locales con sistemas constructivos tecnificados, sin referencia explícita a lo vernáculo, que aspira a ser una propuesta integradora y adaptada, referenciada al lugar y a su cultura.
Imagen principal: Restauración de enlucidos tradicionales, Tangassogo, Burkina Faso, 2018, mujeres Kasséna. Imagen © Anna Mas